Con Aitor e Ivan ya había estado buscando reptiles y anfibios. Esta vez se nos unía Juanma, queriamos visitar una cueva, cuya entrada está en el cortado de un paredón calizo. Sin embargo su acceso no reporta gran peligro. La cueva no presenta un gran desarrollo de estalactitas y es fácilmente transitable, durante no menos de trescientos metros. Sus techos rojizos están recorridos por blancas filigranas de carbonato cálcico puro y en algunos sitios sus paredes son coladas del mismo material.
Las lluvias caídas días antes se habían infiltrado hasta la caverna, formando charcos donde se reflejaban paredes y techos dando al suelo un aspecto sólido, solo roto cuando oías el chapoteo de tu pie dentro del espejo del agua. Cuando mirabas al suelo y veías las ondas sobre el agua ya era tarde. El pie ya estaba calado.
En algún otro lugar si mirabas donde posabas el pie, no mirabas lo que había sobre tu cabeza y cuando menos lo esperabas, zass, coscorrón en lo alto.
Es lo que tiene la aventura
Pero aunque la sola visión de la cueva, la aventura de su acceso y recorrerla en su total oscuridad ya merece la pena visitarla, no fuímos a eso, pues ya la conocíamos de otras excursiones.
Queriamos conocer a sus habitantes.
Los primeros que encontramos fueron los minúsculos murciélagos de herradura pequeños, envueltos en sus alas como un pequeño paquetito colgado de las paredes. Tan envuelto que difícilmente se les ve alguna parte de su cabeza.
Murciélago pequeño de herradura Rhinolophus fhipposidero
Cerca de ellos encontramos varias mariposas, posadas en las paredes y en total oscuridad, irritadas por nuestras luces. Es curioso que convivan con los murciélagos, cuando estos son sus potenciales depredadores.
Más altos y colgando de los techos encontramos a los murciélagos de herradura grande, tambien envueltos en sus alas pero con la cabeza al descubierto, dejando ver los detalles de sus hocicos, claves para su identificación.
Murciélago grande de herradura Rhinolophus ferrumequinum
Murciélagos de cueva Miniopterus schreibersi
Antes de salir la correspondiente foto con vacileo incluido, por culpa de una Canon (modelo, no muy buena) que dispara el flash cuando quiere, o será el fotógrafo que se lía con tanto botoncito?
Los cuatro locos de la caverna Locorius cavernatus
Cuando salimos nos dimos cuenta que habíamos pasado más tiempo del esperado dentro de la cueva. Salimos con la sensación de haber sufrido una total pérdida de la noción del tiempo.
En los caminos todavía húmedos encontramos las huellas de un tejón, lo que nos recuerda que nosotros sin dejar huella debemos abandonar el lugar, para ir a comer.
Huellas de tejón Meles meles
1 comentario:
Cueva de Pico Corral, bonita, si señor, recuerdo cuando de niño se decía que una gallo que había entrado en la cueva cantó bajo la iglesia de Boveda y otras tantas historias que se decían para evitar que entrasemos a ella, cosa que hice sólo de "mayor"
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